12 marzo, 2020, Por: Gerardo Suárez
Muestra de ello es que el gobierno decidió reactivar las plantas de producción de fertilizantes químicos, que no solo implican la importación de gas para su fabricación, sino que representan la continuidad de un modelo agrícola que nos ha dejado enormes impactos socioambientales.
En 2019 la Sader lanzó un programa piloto de suministro de fertilizantes en el estado de Guerrero, que se tradujo en resultados poco alentadores por una mala planeación, manejos opacos en el reparto de los insumos y el suministro a destiempo y poco claro de semillas. Esta iniciativa representaba mantener la producción mediante el uso de paquetes tecnológicos que fomentan la dependencia de los campesinos a la compra de estos insumos, en vez de rescatar sus conocimientos tradicionales de producción que son mucho más sostenibles y que, acompañados con asistencia técnica especializada con un enfoque agroecológico, podrían mejorar sustancialmente la productividad y fertilidad de los suelos.
A pesar de los malos resultados y las críticas que generó este piloto de entrega de fertilizantes, el titular de la Sader, Víctor Villalobos Arámbula, anunció que el programa de fertilizantes químicos se reforzará en presupuesto y cobertura.
A pesar de las implicaciones del uso de los fertilizantes, se extenderá la cobertura de este programa a los estados de Puebla, Tlaxcala, México y Morelos, por lo que el presupuesto que se ejerció en 2019, de casi mil 300 millones de pesos, solo para Guerrero, se triplicará el presente año: alrededor de 4 mil millones de pesos. Este presupuesto, solo para fertilizantes químicos, supera al de la Comisión Nacional Forestal completo.
De manera simultánea, la Sader también impulsa la agroecología, enfocada en los pequeños productores, que representan el 80 por ciento de las unidades de producción rural, sin embargo, el presupuesto para esta iniciativa es considerablemente menor y choca con los otros programas de la misma secretaría que siguen fomentando el uso intensivo de agroquímicos, pesticidas y semillas mejoradas.
“Hay una gran cantidad de discursos contrapuestos, que nos reflejan que no hay una única política y que se contradicen. El problema es que no solo el campo está muy fragmentado, sino que las propias instituciones de su fomento también están fragmentadas, tienen una fractura al interior, con choque de intereses, acciones y presupuestos. A esto se suma la condición de desmantelamiento institucional, hay un vacío institucional de conocimiento, de organización poblacional, que dificulta la operatividad de las dependencias”, explica la doctora Elena Lazos, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.
Lazos refiere que es indispensable dar un viraje en la política de producción agrícola, transitar del modelo neoliberal de monocultivos y paquetes tecnológicos hacia sistemas más sostenibles. Este viraje se hace dificil mientras no haya infraestructura para la producción de biofertilizantes y escaso apoyo para lograr esta transición aun para los pequeños productores
El uso de fertilizantes químicos, principalmente de los nitrogenados y fosfatados, nos llevó a rebasar el límite planetario del ciclo biogeoquímico del nitrógeno y del fósforo, por la introducción de mayores cantidades de nitratos y fosfatos a ciertos ecosistemas, lo cual genera desequilibrios en ellos.
Su uso excesivo propicia la acidificación y ensalitramiento de suelos, procesos que afectan el desarrollo de las plantas y disminuyen la productividad agrícola. Existen estudios que prueban que la aplicación excesiva de fertilizantes nitrogenados sintéticos baja la resistencia de las plantas a las plagas.
En México se consumen cada año más de 2 millones de toneladas de fertilizantes químicos, de acuerdo con el censo agropecuario de 2015, lo cual representa un incremento en el consumo de estos productos de más de 10 veces, con respecto al volumen que se empleaba en 1961 (195 mil toneladas).
El aumento en su uso fue resultado de la promoción que se hizo del modelo tecnológico de la ‘revolución verde’, caracterizado por la producción intensiva de monocultivos, y del subsidio para el uso y la producción de estos insumos, mediante el establecimiento de empresas paraestatales para su fabricación.
La producción con monocultivos y el paquete tecnológico que los acompañaba ocasionó la pérdida de fertilidad de los suelos y la caída en los rendimientos de los cultivos. Para dar una idea de lo que esto significa, basta con decir que hoy se estima que más de la mitad de los suelos de nuestro país está degradado; la cifra podría ser de hasta el 76% de los suelos, de acuerdo con la investigadora Helena Cotler.
Y, sin embargo, durante años el gobierno fomentó este modelo productivo y asignó subsidios para la adquisición de fertilizantes químicos, plaguicidas y semillas mejoradas, que propició una mayor dependencia de estos insumos para tratar de recuperar la productividad.
El uso indiscriminado de fertilizantes químicos genera severos impactos ambientales; además de la pérdida de suelos, están la contaminación de cuerpos de agua, la generación de gases de efecto invernadero y de contaminantes que contribuyen con el cambio climático, tanto en la fabricación de los fertilizantes como en su aplicación.
Diversos estudios revelan que entre el 30 y el 50 por ciento de los fertilizantes aplicados a los cultivos no es asimilado por las plantas, lo que provoca que una gran parte de los fertilizantes se pierda, otra sea volatilizada y otra lixiviada, siendo esta última la que genera mayores impactos negativos.
Un estudio elaborado por el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria (CEDRSSA) de la Cámara de Diputados, explica que “los nitratos y fosfatos que se aplican a los cultivos y son arrastrados por el agua terminan en lagos, ríos y océanos, causando la eutrofización de estos (aumento de nutrientes en el agua), lo que genera el aumento de las poblaciones de algas en la superficie del agua, impidiendo el paso de la luz, limitando con ello la actividad fotosintética de la flora acuática y reduciendo por tanto la liberación de oxígeno, lo cual crea condiciones de hipoxia (bajo oxígeno) y anoxia (falta de oxígeno) que hacen imposible la existencia de especies que forman parte de los ecosistemas acuáticos, afectando con ello la biodiversidad.”
El documento Fertilizantes químicos y fertilizantes biológicos (2018) indica que “el uso de fertilizantes químicos de manera continua y principalmente en monocultivos impide la recuperación de la fertilidad natural de los suelos, pues afecta la presencia de los microorganismos que participan en la biodescomposición de los materiales orgánicos y rocosos que aportan los nutrientes al suelo.”
Esta situación se agrava porque generalmente se intenta suplir la falta de fertilidad del suelo con la fertilización química: “los nutrientes primarios (nitrógeno, fósforo y potasio), dejando de lado los secundarios (calcio, magnesio y azufre) y los micronutrientes (boro, cloro, cobre, hierro, molibdeno, manganeso, zinc y níquel) los cuales, si bien son requeridos en menores cantidades que los nutrientes primarios, son esenciales para el desarrollo de las plantas y para quienes las consumen, entre ellos los humanos, contribuyendo a una ingesta insuficiente de minerales con repercusiones en la salud.”
En México se tiene un grave problema de degradación de suelos, en 2001 se estimó que 94 millones de hectáreas de la superficie del país se encuentran en proceso de degradación causada por las actividades humanas. “De la superficie con suelos degradados, 47.5 millones de hectáreas se originan por deterioro interno de los suelos, cuya causa principal es la declinación de su fertilidad y la reducción de materia orgánica, debido a la forma en que se manejan los suelos con uso agropecuario, entre lo que se encuentra el uso inadecuado de fertilizantes químicos, la no incorporación de materia orgánica, el mal manejo del riego y el uso de aguas con altos contenidos de sales,” refiere la investigación del CEDRSSA.
Dadas las graves consecuencias del uso de agroquímicos, de energías provenientes de los combustibles fósiles y de las afectaciones a la biodiversidad es indispensable intensificar la transición a sistemas de producción más sostenibles, a fin de suprimir el uso de fertilizantes y plaguicidas de síntesis química.
Existen estudios y experiencias que prueban que los biofertilizantes pueden utilizarse para sustituir o reducir el uso de los fertilizantes químicos. El INIFAP ha realizado pruebas experimentales con biofertilizantes en cultivos de maíz de alto rendimiento en que ha probado que se puede reducir en un 30% el uso de fertilizantes nitrogenados manteniendo los rendimientos e incluso incrementándolos.
Los impactos en el medio ambiente que genera el uso de los fertilizantes químicos, los costos económicos de su adquisición y la dependencia de su importación hacen conveniente que se opte por las alternativas para la reducción y eliminación de su uso, como la transición decidida hacia la agroecología, que permitiría la apertura de espacios para la participación de los jóvenes en el desarrollo de iniciativas de producción y comercialización de productos biológicos en sus propias comunidades.
El documento del CEDRSSA plantea que “la agroecología, con sus conocimientos y técnicas, es una opción de primer orden a considerar para transitar hacia sistemas de producción sostenibles. En varias universidades y centros de investigación públicos se tienen carreras e investigaciones en agroecología, que es conveniente se amplíen y fortalezcan, pues la diversidad ecosistemas y productores del país, demandan conocimientos específicos en materia de agroecología para cada una de ellas.”
Además, hay un gran cumulo de experiencias en campo a lo largo del país que han demostrado que es viable y necesario suprimir el uso de fertilizantes químicos y plaguicidas tóxicos sin sacrificar la productividad, al contrario, con resultados positivos de recuperación de suelos y menor consumo de agua.
El documento también resalta la necesidad de realizar ajustes en materia legislativa para “incentivar la práctica de una agricultura sostenible e inhibir las que son lesivas al medio ambiente. De manera particular es conveniente perfeccionar la legislación en materia de conservación y restauración de suelos, pues la pérdida de su fertilidad y su erosión, ponen en riesgo las actividades agrícolas actuales y futuras y, también contribuyen al cambio climático y al agravamiento de sus efectos.”