12 junio, 2017, Por: Gerardo Suárez
Prácticamente todos los países en desarrollo comparten el fenómeno de la migración. La necesidad de buscar fuentes de empleo para subsistir, orilla cada año a millones de personas a perseguir oportunidades más allá de sus fronteras. Pero existe otra cara de este fenómeno que si bien no implica dejar el país de origen, en cambio si exige dejar a la familia, alejarse de los usos y costumbres, y enfrentar condiciones hostiles o por lo menos ajenas. Se trata de la migración obligada de la población rural a las ciudades, que ocurre ante la imposibilidad de encontrar sustento en sus pueblos y comunidades.
Las consecuencias de la migración son significativas pues se debilita el tejido social en las comunidades rurales, en la calidad de vida, y va en contra del patrimonio biocultural, que se sostiene tanto en las tradiciones y hábitos originales de dichos grupos, como en los recursos naturales y la biodiversidad del entorno que habitan.
Sin embargo existen también comunidades rurales en la que las personas no tiene que emigrar a las ciudades, para poder subsistir de forma digna, en compañía de su familia y rodeados de su tierra.
El ejido Ingenio El Rosario está ubicado en la región de Cofre de Perote, en Veracruz. Sus 132 pobladores viven de las poco más de 500 hectáreas de bosque que colectivamente, y por ley, poseen. Gracias a la implementación de Plan de Manejo Forestal, en El Rosario no falta el empleo. Y es que sus habitantes no solo están abocados a las labores que demanda el cultivo anual de hasta 6 mil metros cúbicos de madera, también dedican gran empeño en las tareas de conservación –gracias a lo cual su aprovechamiento del bosque es completamente sustentable–.
Pedro Miguel Cortés, Presidente del Comisariado Ejidal y cuyo conocimiento del bosque lo heredó de su padre y su abuelo, tiene claro lo que este representa en la vida de su comunidad:
Para mi el bosque significa todo, por que de él yo me sostengo y sostengo a mi familia. […] Nosotros gracias al bosque no hemos tenido que emigrar a otras ciudades. Esto es importante por que así no tenemos que olvidarnos de nuestras raíces; aquí nacimos, aquí crecimos y pues ahí estamos hasta hoy.
El cuidado del bosque a cargo de los habitantes de El Rosario, tiene repercusiones que van mucho más allá de sus límites. De entrada, desde aquí se abastece de agua a los alrededores, a la cuenca de Coatepec. Así, otros poblados, incluidos la ciudad de Coatepec y la industria regional, se benefician significativamente de la labor que estos ejidatarios cumplen.
La importancia del caso de El Rosario, es que a pesar de ser un pequeño asentamiento, también representa una prueba fehaciente y replicable, de una premisa que muchos siguen considerando hipotética: la posibilidad de que las comunidades rurales de México, y del mundo, funjan como guardianes activos de la biodiversidad, de los bosques y selvas, a la par que acceden a condiciones de vida dignas, en sintonía con sus tradiciones y su identidad cultural.
Por ejemplo, los miembros de este ejido no solo demuestran tener un profundo conocimiento del bosque que habitan, de cada planta y cada animal con quienes comparten el territorio, también evidencian un respeto dechado por el entorno: están plenamente conscientes que sus futuros, el del bosque y el de la comunidad, son interdependientes. Y cuando el conocimiento del bosque se suma a un arraigo genuino, transgeneracional, y se complementa con el desarrollo de habilidades técnicas, gestión y gobernanza, entonces estamos frente a un modelo de conservación, y desarrollo, simplemente inmejorable.
En cuanto a consejos que los habitantes de El Rosario podrían compartir con otras comunidades cuyo sustento depende de los recursos naturales de su entorno, Pedro Miguel Cortés enfatiza en los ritmos del aprovechamiento y las labores de conservación, y restitución, de los mismos. “Les diría que aprovechen sus recursos adecuadamente, con conciencia. Si no, en un abrir y cerrar de ojos esto se termina. Una cosa es mantenerse bien y otra es agarrar negocio.”