28 noviembre, 2019, Por: Gerardo Suárez
El ejido de Ciénagas de Norogachi, ubicado en Guachochi, Chihuahua, ha adquirido cierta notoriedad porque de ahí es Lorena Ramírez, corredora rarámuri de ultramaratones, quien ha ganado importantes competencias internacionales de la especialidad. Pero esto no es lo único importante que ocurre en Norogachi.
Norogachi, enclavado en la Sierra Tarahumara, cuenta con 73 mil hectáreas y está compuesto por mil 160 ejidatarios y una población de 6 mil personas, de las cuales el 70% son indígenas.
El manejo y aprovechamiento sostenible de su bosque es una actividad fundamental para sus habitantes. Los bosques son parte fundamental de los pueblos rarámuri. “Los árboles son nuestros hermanos y el agua es como nuestra sangre. Como hermanos debemos protegernos y nunca debemos contaminar el agua”. Para los pueblos rarámuri de la Sierra Tarahumara, el bosque es como la milpa, “es nuestro alimento, nuestro refugio, nuestra cultura, somos hijos del maíz y del bosque, nuestro deber es protegerlos”, explica José Antonio Sandoval, presidente del comisariado ejidal de Norogachi, quien se define como “100% indígena”.
“Nosotros manejamos el bosque con mucho cuidado; ese manejo está sustentado en un plan de manejo de largo plazo, el bosque es nuestro hermano y la tierra es nuestra madre. Tenemos una relación muy estrecha con la naturaleza, nos necesitamos mutuamente para estar bien, para vivir bien”, resalta José Antonio Sandoval.
En el ejido Norogachi el 70 por ciento de la población es rarámuri y el 30 por ciento es mestiza. Generalmente los comisariados ejidales solían ser mestizos y en las asambleas se imponían las decisiones de ese grupo, pero de unos años para acá, “los rarámuris hemos ocupado el cargo, además cada pueblo rarámuri al interior del ejido cuenta con sus propios mandos rarámuris”.
Además de los servicios ambientales que genera el bosque y del significado ancestral y espiritual que tiene para sus habitantes, es la principal fuente de ingresos para el ejido. Cientos de familias dependen de las actividades de aprovechamiento forestal para hacerse de ingresos económicos.
Con las actividades de manejo del bosque, cada año se generan en el ejido alrededor de 300 puestos de trabajo, tanto en el monte como en las actividades de transformación en el aserradero. Además, están trabajando en consolidar el proyecto de la apertura de una carpintería, para hacer muebles y artesanías. “Este proyecto será liderado y administrado por mujeres, debemos incrementar la participación de las mujeres porque ellas aportan mucho y también necesitan ingresos económicos”, refiere el comisariado ejidal.
“El aprovechamiento forestal ha sido muy importante porque genera empleos para las personas del ejido, y como autoridad ejidal, uno debe buscar abrir puestos de trabajo para la gente, es nuestra responsabilidad”, añade.
En Norogachi se aprovechan 10 mil metros cúbicos de madera por anualidad. “Los ingresos provenientes de la venta de la madera se reparten entre los ejidatarios, pero también se apoya la organización de eventos culturales y sociales en el ejido”.
En esta anualidad, el ejido decidió no repartir dinero proveniente de la venta de la madera a los ejidatarios, y mejor invertirlo en una bolsa de recursos que sirva para generar empleos en la elaboración de obras de restauración y conservación de bosque.
Por cada árbol que se aprovecha en Norogachi el ejido siembra otros 20, pues, dice José Antonio Sandoval, así se garantiza la regeneración, la restauración de zonas degradadas y, al mismo tiempo, se generan empleos para que la gente tenga ingresos.
El aprovechamiento forestal es la única fuente de trabajo en el ejido. “Queremos diversificar la forma en la que manejamos el bosque, generar actividades de ecoturismo, labores de conservación y restauración, no únicamente extraer madera”, resalta José Antonio.
Aunque se piensa que el maíz como alimento y la milpa como modelo de agricultura son mesoamericanos y más característicos del centro y el sur de México, don José Antonio revira: “Los rarámuris somos maíz, y sin maíz no somos nada, por eso realizamos actividades que ayuden a proteger a nuestra planta”. Además de cultivarlo y consumirlo, realizan ferias de intercambio de semillas entre los pueblos, “en las que además de cambiar las mejores variedades de maíces nativos, compartimos experiencias de cómo sembrarlos y cosecharlos”.
El presidente del comisariado ejidal de Norogachi comparte que “el intercambio de semillas se trata de que cada pueblo lleve sus mejores semillas para que puedan sembrarse en otras parcelas, para mejorar las cosechas, que las semillas se vayan rotando y se adapten mejor a los distintos terrenos”.
Subraya que la semilla debe ser nativa, es decir, no híbrida ni de fuera, ni de la Conasupo, “porque no sabemos de dónde vienen esas variedades, nosotros queremos conservar nuestros propios maíces”.
En Norogachi, asegura Antonio que “nosotros procuramos sembrar con abonos naturales sin químicos, para no contaminar el suelo y el agua, porque sería como envenenarnos a nosotros mismos”.
Plantea que desde que las personas comenzaron a utilizar químicos los pobladores comenzaron a notar que la gente comenzó a enfermarse, “tenemos muchas enfermedades que antes no conocíamos como el cáncer o la diabetes y esto se debe a los cambios en la alimentación y el uso de productos químicos que contaminan el suelo, los alimentos y el agua”.
Los principales cultivos que se producen en las comunidades rarámuris son el maíz, el frijol y la calabaza, además de papas y diversos quelites.
“Nosotros producimos en pequeñas parcelas en lugares planos, porque como el terreno tiene muchas barrancas y desniveles es complicado sembrar en grandes extensiones. Además, procuramos sembrar cerca de los arroyos para que el cultivo tenga suficiente humedad, por eso evitamos el uso de químicos para que no se contaminen estos cuerpos de agua”.
Reitera que el agua para el rarámuri es como su sangre. “Nunca hay que ensuciarla, hay que cuidarla lo más que se pueda”.
Los bosques de la Sierra Tarahumara desempeñan un papel de gran importancia para la viabilidad agropecuaria de las cuenca media y baja. Sin el agua que escurre de los bosques de Chihuahua y Durango, difícilmente Sinaloa podría producir todos los granos y hortalizas que cosecha hoy en día.
A pesar de que los bosques de la región enfrentan fuertes presiones debido a la tala ilegal a cargo del crimen organizado, los bosques siguen en pie y cumplen una función indispensable para la infiltración de agua y recarga de acuíferos, y se conservan en gran medida por las labores de conservación y manejo que realizan las comunidades indígenas en las partes altas de las cuencas.
Antonio Sandoval plantea que si se quiere que se mantengan los flujos de agua “para proteger los bosques y garantizar que los ríos y manantiales aporten agua a las partes bajas de la cuenca es necesario que cuidemos y manejemos la parte alta de la cuenca, y quien mejor que los pueblos originarios de la región para conservarlos”.
Es por esta razón que, más allá de las delimitaciones ejidales, los once pueblos rarámuris de la parte alta de la cuenca del Río Urique, incluido Norogachi, se han organizado para impulsar un proyecto indígena de conservación y manejo de suelos que mejore la provisión de servicios ecosistémicos de su cuenca, como una mayor infiltración de agua, la captura de carbono, la retención de suelos y la restauración del bosque. El proyecto tiene una extensión de 269 mil hectáreas.
Para que este proyecto llegue a buen puerto es necesario que haya contrapartes que reconozcan y apoyen el trabajo que esfuerzo que requiere un manejo cudiadoso de la cuenca alta. Entre esas contrapartes deben estar los usuarios de los servicios ambientales, particularmente los agricultores de Sinaloa, que son quienes más agua consumen. “Ni los agricultores saben de dónde les llega el agua que consumen para sus sembradíos. Debemos hacérselos saber y que valoren más el recurso, que hagan un mejor uso de esa agua”, dice Sandoval.
“Estamos trabajando en rehabilitación de parcelas, realizando obras de retención de suelo, acomodo de material vegetal en Norogachi, estamos trabajando junto con las autoridades indígenas de 11 pueblos rarámuris que también habitan la cuenca del Río Urique para hacer un manejo integrado del territorio”. Con estas obras de restauración, explica José Antonio Sandoval, “lo que se busca es generar empleos para que la gente no se tenga que ir, para que atiendan a su familia, que los jóvenes no pierdan la cultura, no desatiendan sus tierras ni al bosque”.
Aunque no cuentan aún con un acuerdo formal para establecer un mecanismo de pagos por servicios ambientales con ninguna institución gubernamental o privada, los pueblos de la Cuenca ya trabajan en el buen manejo: “Tenemos un compromiso cultural con el cuidado de la naturaleza y aunque no nos paguen la cuidamos, pero también necesitamos ingresos para comer y cubrir necesidades básicas”, asegura Sandoval.