23 marzo, 2020, Por: Gerardo Suárez
Esto ha llevado a una salida permanente de hombres y mujeres jóvenes de sus territorios, para buscar otros medios de vida.
“Esta situación es aún más grave porque durante muchos años al trabajo en el campo se le ha menospreciado, se le ha caracterizado como un trabajo sucio, pobre, feo. Hay que cambiar esto. El trabajo en el campo es digno, puede dar buenas condiciones de vida y es fundamental,” refiere la dra. Helena Cotler, investigadora del Centro Geo.
Si bien en las zonas urbanas los jóvenes tienen carencias en el acceso a una educación de calidad y adecuada a su circunstancia, en los entornos rurales estas carencias se acentúan.
Sara Cuervo, coordinadora regional del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible en la Península de Yucatán, señala que “si los sistemas educativos que operan en los territorios rurales estuviesen más vinculados con el territorio y enfocados en construir tejido social sería posible que más emprendimientos productivos comunitarios se consolidarán y que se ampliaría la oferta cultural en las regiones.”
Contrario a esto, explica que las escuelas públicas rurales imparten una formación más tendiente a solucionar problemas de las ciudades, a aspirar a modos de vida y modelos de desarrollo ajenos a la vida en los territorios rurales.
Añade que “lo poco que había de escuelas de campo desapareció, y ahora se sigue reproduciendo la mirada del desarrollo de los megaproyectos. Tenemos que apostar por modelos educativos con mirada a la ruralidad, para hacer más resiliente al campo mexicano a través de la formación de jóvenes con arraigo y con las herramientas técnicas y humanas que les permitan emprender proyectos productivos, generar ingresos y tejido social.”
En México, el 40 por ciento de jóvenes entre 18 y 29 años vive en territorios rurales; de esa cifra, el 51 por ciento son mujeres y el 49 por ciento hombres. El 60% vive en situación de pobreza y 2 de cada 10 en pobreza extrema.
A esta situación se agrega que en numerosas ocasiones los jóvenes no tienen acceso a la tierra y no cuentan con oportunidad para insertarse en otros procesos productivos o cadenas vinculadas a las economías locales, lo que orilla a los jóvenes a salir de sus regiones en busca de otros medios de vida y desarrollo.
Un reto para que los jóvenes se queden y ocupen productivamente los territorios es mejorar la calidad y el enfoque de la formación educativa y brindar los incentivos necesarios, económicos, de alimentación y salud para garantizar su permanencia en la escuela, recibiendo educación regional y culturalmente pertinente, que les permita encontrar oportunidades locales de vida.
El fomento de la participación de los jóvenes en el manejo y aprovechamiento de los recursos en sus territorios podría detonar una mayor generación de ingresos que mejoren las economías de estas localidades. Asimismo, la consolidación de proyectos productivos comunitarios y mercados locales en las regiones rurales permitiría reducir la migración de los jóvenes hacia las ciudades y otros países.
Las políticas públicas hacia regiones rurales deberán abandonar los esquemas asistencialistas y transitar hacia mecanismos autogestivos que faciliten la participación de los jóvenes rurales en la toma de decisiones, en la generación de capacidades productivas y en el desarrollo de cadenas de valor.
Hay notables ejemplos de que en algunas regiones rurales el programa federal “Jóvenes Construyendo el Futuro” ha sido aprovechado por organizaciones productivas con trabajo en cooperativas de producción y comercialización de productos del campo, lo que ha permitido sumar y capacitar a jóvenes e involucrarlos activamente en los procesos productivos agroecológicos y en la comercialización de los productos campesinos.
Un ejemplo es el de la EIPA, Estrategia de Inclusión y Participación de Mujeres y Jóvenes, un proceso de formación y acompañamiento de jóvenes rurales en el estado de Quintana Roo, impulsado por el CCMSS. A partir de la implementación de este programa, que ya comenzó el trabajo con su segunda generación, Sara Cuervo subraya que es importante que las políticas orientadas al desarrollo y la participación de los jóvenes en la toma de decisiones de las comunidades rurales tengan un componente de fortalecimiento de la organización, la identidad cultural y de formación de tejido social, de fortalecimiento de la comunalidad.
En general, las políticas de producción agropecuaria deben contener componentes de participación de jóvenes en la organización y toma de decisiones de los emprendimientos productivos.
Sobre esto, el estudio Superando el muro: rutas (y frustraciones) de inclusión económica de los jóvenes rurales latinoamericanos, elaborado por el Centro Latinoamericano para el desarrollo rural (RIMISP) plantea que una mayor participación de jóvenes en la producción “puede tener un impacto positivo, no solo para la inclusión económica de los jóvenes, sino también para mejorar la productividad, al incorporar una mano de obra más preparada y con mayor energía.”
También sugiere que algunos posibles mecanismos para lograr avances en este objetivo de abrir espacios en la producción para los jóvenes rurales, son “la provisión de pensiones no contributivas a los adultos mayores dedicados a tareas agropecuarias, a cambio de la cesión del control de las parcelas a los hijos, o bien programas que apelen a la solidaridad intrafamiliar (por ejemplo, otorgado becas a los hijos para su formación superior, a cambio del compromiso por parte del padre de trasferir toda o parte de la producción y tierra a los jóvenes.”