29 mayo, 2017, Por: Gerardo Suárez
El futuro del agua está mucho más relacionado a los bosques de lo que la mayoría pensamos. Los árboles, son íntimos promotores de una serie de beneficios relacionados a su conservación y mejoramiento. Al mismo tiempo, quienes habitan territorios forestales, poseen los conocimientos y capacidades para hacerla más perdurable.
En un planeta donde poco más del 97% del agua es salada –y por tanto el agua dulce representa un recurso limitado–, el manejo adecuado de servicios ambientales hidrológicos es prioritario. Especialistas alrededor del mundo coinciden que, será el agua, particularmente su ciclo hidrológico, el más afectado por el cambio climático y el más inmediato. Incluso la UNESCO estima que para el año 2030, la población mundial crecerá a un número tal, que padecerá un déficit del 40% de agua. De manera que la conservación de este recurso –”el desafío del siglo”– debería comenzar a tomar importancia, especialmente en las estrategias para aprovecharla de forma sustentable.
Partiendo de este inquietud, resulta pertinente que los países reconozcan al bosque y a sus comunidades como una estrategia, no solo para retrasar los efectos del cambio climático, también para conservar en buen estado los acuíferos y las cuencas hidrológicas de las naciones.
En México, se han detectado 37 regiones hidrológicas en todo el territorio. 31 de ellas (84%) son consideradas Reservas Potenciales de Agua (RPA). Esto quiere decir que un 84% de los ecosistemas acuíferos mexicanos se consideran de alto valor, y por ello han sido destinados a reservas nacionales. Un aspecto sorprendente es que más de la mitad de ellas se encuentran en terrenos de propiedad social; territorios donde comunidades y ejidos han mejorado los servicios ambientales, y cuya presencia de estos últimos se considera clave para la alimentación, desarrollo y, a grandes rasgos, bienestar social de los pueblos indígenas y locales.
Por todo esto, mejorar resultados en el manejo sostenible de las cuencas, ya no es cuestionable. Sin embargo, para lograrlo, se necesita alejarse cada vez más de esquemas prohibitivos en territorios de propiedad social. Diversos estudios sugieren que el buen manejo de estos paisajes está íntimamente relacionado a regulaciones más participativas y empáticas con las necesidades de las comunidades; con mecanismos que incentiven a los pueblos a procurar su entorno –por ejemplo, los pagos por servicios ambientales hidrológicos operados en la Cuenca Amanalco, donde se paga por un buen manejo del territorio, y no solo por el hecho de reforestar el paisaje– y con la creación de estrategias de conservación de paisajes completos –agricultura, ganadería y silvicultura comunitaria–.
La estrecha relación entre bosque, agua y manejo comunitario, se evidencia aún más cuando se habla de beneficios ambientales específicos. Por ejemplo, filtración y provisión de agua en calidad, regulación de flujos pluviales que corren rápidamente aguas abajo, conservación de manantiales, reducción del riesgo de inundaciones, o regulación de la erosión del suelo. La presencia de estos servicios hidrológicos en el bosque, ha sido también sustancial para la generación de otro tipo de servicios, como son los de regulación (de clima, de aire y agua), suministro (de alimentos y agua potable) y culturales.
Un buen manejo forestal sustentable permite construir un paisaje hidrológico saludable. Con abastecimiento de agua limpia y una tierra rica en nutrientes. Los ecosistemas hidrológicos son responsables de proporcionar agua a las comunidades, pero también a ciudades aledañas –como es el caso de la Cuenca Amanalco, que abastece más del 15% del agua que consume la Ciudad de México–. Y dado que la mayor cantidad de estás aguas no habitan en ríos y lagos sino en el subsuelo, los resultados de un bosque y suelo sano afectan directamente la calidad de estos servicios.
Hay que reconocer que a estas alturas, el fluir del agua ya no depende solo de causas naturales, sino de su buen manejo comunitario y sostenible.