29 septiembre, 2017, Por: Gerardo Suárez
A las faldas del imponente Cofre de Perote —volcán que tiene el título de la octava montaña más alta de México— se alberga un ecosistema que ha sufrido fuertes daños, pero que hoy, recuperado, sigue revelando su esplendor natural, gracias al trabajo determinado de las comunidades locales. Por su rica biodiversidad, se decretó Parque Nacional a esta zona en 1937. Sin embargo, son las ejidatarios y no las instituciones las que han laborado para protegerlo y durante los últimos ocho años, restaurarlo.
En 1998, los bosques del Cofre de Perote sufrieron un incendio causado por actividad humana, que terminó con más de 2,500 hectáreas. Esto representa poco más del 20% del área del parque. Los problemas derivados del incendio fueron la erosión del suelo; una considerable pérdida de diversas especies de flora y fauna; la pérdida de humedad, y el paso desmedido e incontrolable del agua, que no podía ser captada, debido a la falta de vegetación. Ante esta situación, hubo nula acción por parte de las autoridades correspondientes.
Fue hasta 2010 que, con ayuda del Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible las comunidades locales pusieron en marcha una estrategia de restauración del paisaje. El plan llamado “Mucho más que una reforestación” verdaderamente se ha planteado como un programa de acciones integrales que buscan recuperar las funciones del ecosistema. Además, se concentra de la misma manera en prevenir que, a futuro, un incidente como el que provocó el incendio de 1998 no tenga consecuencias tan graves y que sea manejable.
Los logros derivados de las acciones planteadas estratégicamente, son dignos de reconocimiento. Además, la organización y esfuerzo invertidos pueden servir de ejemplo para otras comunidades que son conscientes y quieran llevar a cabo trabajos de restauración o conservación de su entorno.
La estrategia se compone de diversas acciones que han sido muy efectivas. Uno de los ejes centrales es el agua: posibilitar su captación y filtración al suelo para recuperar la humedad y promover la recuperación de la vegetación. En este sentido se ha realizado un exitoso acomodo de material vegetal muerto. Esto permite reducir la erosión hídrica y retener la humedad. Además se ha utilizado este material para construir madrigueras para reptiles y anfibios. Por otro lado se realiza un monitoreo de los cuerpo de agua. Este ha demostrado que el agua captada es de buena calidad y que no está contaminada por actividad humana, ni por la bacteria E. Colli, ligada a la presencia de desechos humanos y animales.
Otro eje central es la protección de los árboles. Para lograrlo se ha realizado una ardua labor de reforestación y de producción de más de un millón de ejemplares de ocote blanco (Pinus Hartwegii). Han sobrevivido, en promedio el 80% de los ejemplares. Además, se han dedicado a establecer 517 kilómetros de brechas cortafuego que protegen a áreas restauradas y a árboles adultos. Por otro lado, se ha venido monitoreando a diferentes animales, con especial atención en especies que se encuentran en peligro de extinción o amenazadas.
Como resultado general, se ha logrado recuperar casi todo lo que se había perdido y la labor no cesa, pues no solo se trata de devolver el equilibrio y las funciones originales del ecosistema, sino mantenerlos. Las jornadas de trabajo para llevar a cabo las actividades planteadas son de 8 horas y los hombres y mujeres de la comunidad han participado, llevándolas a cabo por los últimos ocho años, a pesar de todo el esfuerzo que demanda, pues las metas se están cumpliendo.
No hay que olvidar que el manejo de las tierras y del bosque debe delegarse siempre a sus dueños legítimos, en este caso a los ejidatarios, no sólo porque les corresponde el aprovechamiento material y ocupación de las mismas, también porque, como es el caso del Cofre de Perote, comprenden sus ciclos naturales y están trabajando para protegerlos y perpetuarlos.