7 octubre, 2019, Por: CCMSS
Este esquema, que incluye la toma de decisiones a través de asambleas comunales y ejidales, sumó al resguardo del notable patrimonio natural del país, y en muchos casos, a la conformación de plataformas sociales para la defensa de los territorios comunitarios ante las amenazas de la intervención del gran capital.
La dotación de las tierras a través de decretos presidenciales a grupos de campesinos, mayoritariamente hombres y, aun cuando el derecho ejidal ganado se hereda, éste siguió privilegiando a nuevos hombres, generalmente adultos. Las convulsiones vividas en el país en los últimos 40 años han golpeado la propiedad social y eliminado los apalancadores para su mantenimiento; en este contexto, el esquema ejidal no se libró de abonar a la desigualdad, dejando fuera a jóvenes y a mujeres de la participación y toma de decisiones locales, además estos grupos enfrentan una situación de acceso limitado y desigual a la tierra, a servicios de salud, educación y empleo.
“Solo los ejidatarios pueden participar en las Asambleas Ejidales; quienes no gozan de este derecho, no; y esas generalmente somos las mujeres y los jóvenes. Si acaso nos toman en cuenta para los temas escolares o de limpieza en la comunidad, pero nada más. Solo los ejidatarios tienen voz y voto.
“Hay algunas mujeres ejidatarias, sí, pero pocas veces participan, porque como mujeres nos han enseñado a callar y a no decidir. Mayormente no se animan a hablar, ni a decidir, ni a pelear.
“Entonces, aunque sean ejidatarias, no alzan su voz y pocas veces acuden a las asambleas”, narra Raquel Flota, de la comunidad de Dziuche, en el municipio de José María Morelos, Quintana Roo.
De acuerdo con datos del Registro Agrario Nacional (RAN), hasta el 2016 sólo el 19 por ciento de las personas con derechos agrarios reconocidos en el país, eran mujeres.
Este sesgo de género se agudiza en entidades del sureste mexicano, como Campeche, donde sólo el 12.6 por ciento de quienes detentan derechos de propiedad ejidal son mujeres; en Quintana Roo, el porcentaje sube a penas al 15.1 por ciento.
Las pocas mujeres con derechos ejidales, los obtuvieron por herencia de sus esposos; tradicionalmente el padre de familia hereda las tierras a los hijos hombres, no a las hijas, ni a la madre, a menos de que el jefe de familia lo decida así por razones siempre discrecionales.
“En Dziuche hay como 40 mujeres así, que son ejidatarias porque el esposo o el papá les heredó las tierras y les cedió el derecho ejidal, que se inscribe en el Registro Agrario Nacional (RAN). O sea, tienen que esperar ellas o sus hijos a que el esposo o padre mueran o en vida decidan cederles a ellas o a sus hijos, el derecho ejidal.
“La necesidad de incluir la participación de los jóvenes, de las mujeres en las asambleas ejidales para poder tomar decisiones sobre el territorio y la comunidad, no se discute. Se comenta aisladamente.
“Yo lo comento, pero nunca me permitirían hacer la propuesta en una asamblea de ellos. Me rechiflarían y me sacarían de la asamblea”, lamenta Raquel, quien también forma parte del Concejo Indígena Maya de José María Morelos “U Yool Luum”.
De acuerdo con datos de INEGI de 2015, el 28.5 por ciento de la población de Quintana Roo corresponde a jóvenes de entre 16 y 30 años; mientras que en Campeche, este segmento de jóvenes representa el 26.8 por ciento de la población total del estado.
En ambas entidades, los jóvenes hombres se insertan -con o sin pago- en el trabajo de la tierra para ayudar a su familia, pero no forman parte de la asamblea ejidal, espacio en donde se toman las decisiones del pueblo y, por tanto, carecen de incidencia sobre el patrimonio que, a futuro e invariablemente, heredarán.
“Los jóvenes no tienen voz y voto en las asambleas ejidales, aunque deberían participar, porque ahí es donde se toman decisiones que afectan a la comunidad y ellos son parte de esa comunidad. Solo en las asambleas comunitarias es donde más participan, sobre todo las mujeres”, indica Wilson Avilés, ejidatario del ejido Candelaria III.
Giovani Balam tiene 24 años, nació en la comunidad de El Naranjal y se dedica a la apicultura y trabaja la milpa. Además, estudia en la Universidad Intercultural Maya de Quintana Roo. Su visión sobre el papel de mujeres y jóvenes en la toma de decisiones, coincide con la de Raquel y Wilson.
“El nivel de participación es muy bajo. La decisión que se toma ahí es de los ejidatarios y eso desalienta a otros jóvenes, pero debemos cambiar esa forma de pensar.
“Pienso también que es muy importante que hombres y mujeres, y los jóvenes tomen decisiones respecto a la tierra porque todos vivimos y compartimos un lugar, la tierra, el aire, el agua y es injusto que las decisiones se concentren en un grupo o rango de edad. Todo lo que se decida nos afecta”, indica.
El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) reporta que la tasa de participación económica en Calakmul, es liderada por los hombres en un 79 por ciento, mientras que en José María Morelos, en un 76.9 por ciento, lo cual no significa que las mujeres no trabajen, sino que, tradicionalmente, lo hacen en actividades no remuneradas, como son las labores del hogar y la milpa, el cuidado de infantes y personas mayores, empleos informales, la atención a negocios familiares o la gestión de subsidios de los pocos programas gubernamentales, lo cual no se refleja en las estadísticas económicas.
El problema se complica todavía más debido a que el grueso de la actividad económica que sostiene a las familias, en ambos municipios, recae justo en los hombres, pero los más jóvenes, abandonan la comunidad para buscar empleo en centros turísticos del estado.
“El sistema educativo nos ha enseñado a despreciar la forma de vida que tenemos en las comunidades y a decir ‘ah, es mejor irme a una ciudad, que quedarme en mi pueblo’ y entonces nos enseñan a irnos a los centros turísticos como Cancún o Playa del Carmen, donde hay trabajo. La mayoría de los jóvenes se van”, lamenta Giovani.
El joven, expone que al perder el respeto por el valor de la tierra y abandonar las comunidades, éstas son presa de empresarios que les compran sus terrenos para el desarrollo de mega proyectos y actividades nocivas para sus habitantes
“Los jóvenes se van, los empresarios llegan, compran y se pierde todo: La espiritualidad, la ley, los recursos, el pensamiento colectivo de la comunidad, la conexión con la tierra. Por eso si los jóvenes pudieran participar en las decisiones, todo sería diferente”, considera.
Con más de 25 años de vida y trabajo directo con comunidades campesinas e indígenas, el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (CCMSS) reconoce el contexto de exclusión que viven las y los jóvenes y mujeres en las comunidades rurales y, junto a ellas y ellos, ha facilitado un proceso de reflexión que les permita construir herramientas útiles para su auto-afirmación y empoderamiento, con ayuda de otros colectivos en la Península de Yucatán.
Así surge la Estrategia de Inclusión y Participación de Jóvenes y Mujeres (EIPA), con la finalidad de mejorar la participación activa y la inserción de ambos grupos en escenarios rurales en la Península de Yucatán y fomentar experiencias de una gestión social e inclusiva de los recursos naturales y el territorio, aún cuando siguen ausentes de la estructura ejidal.
“Lo que se busca es fortalecer la capacidad de las mujeres y jóvenes para incidir en sus propias vidas y en su entorno, mediante el acceso al trabajo remunerado en tareas de gestión del territorio y medios de vida; esto es que participen en procesos de toma de decisiones y se organicen para realizar actividades de desarrollo social y comunitario”, detalla Gabriela Ortega, del CCMSSPY.
“Los talleres que da el Consejo son muy importantes, sobre todo para quienes buscamos la inclusión. Nos hablan de la defensa del territorio, de la identidad cultural, del cuidado al medio ambiente, de la organización y de género.
“Aprendemos de derechos indígenas y de formación politica. A mí me ha ayudado muchísimo; me da la sensación de seguridad y de querer defender con más entusiasmo lo que nos corresponde a nosotras, a nuestros hijos y nietos”, resalta Flota Baez.
Uno, el Empoderamiento económico a través de la gestión territorial, que implica que mujeres y jóvenes reconozcan sus habilidades y conocimientos y desarrollen otras capacidades, aumenten su autoestima, solucionen problemas y desarrollen la autogestión, a través de la ejecución de actividades productivas y comerciales y acceso a recursos e ingresos.
Esto significa que generen espacios de participación y toma de decisiones en el ámbito económico. El campo de acción se centra, hasta ahora, en la participación en emprendimientos en la apicultura y meliponicultura.
El segundo eje es el de Liderazgos colectivos para encauzar la organización comunitaria, a través de la formación de agentes clave para la comunidad.
“El CCMSS apuesta por la construcción y fortalecimiento de liderazgos que promuevan la participación horizontal, la construcción bajo principios de equidad e igualdad de género y la protección y defensa del territorio. El liderazgo comunitario es el poder con y para el colectivo, la fuerza motriz que permite equilibrar la balanza al interior de los grupos para un avanzar hacia un fin común”, expresa la coordinadora regional del Consejo en la Península de Yucatán, Sara Cuervo.
Ese eje es el que más entusiasma a Wilson. “A mí los talleres con el Consejo Civil me sirven para aprender más del empoderamiento de mujeres y jóvenes y cómo defender el territorio. Me gusta conocer de los derechos que tenemos los indígenas, para poder organizarnos como comunidad, como pueblo”, dice.
Como parte del Concejo Indígena Maya “U Yool Luum”, Wilson cuenta que visitan otras comunidades del municipio de José María Morelos, para hablar sobre la defensa de la identidad, de la cultura, del territorio, a fin de evitar que los propietarios -bajo engaños o falsas promesas de progreso- vendan o renten sus tierras.
“Les decimos que no lo hagan, porque los megaproyectos son despojos disfrazados de bienestar. Es el despojo moderno”, afirma.
El tercer eje consiste en el Desarrollo de habilidades para una institucionalidad inclusiva. Este proceso tiene la particularidad de no ser propuesto o impuesto desde la visión del CCMSS, sino facilitado para que sean las propias mujeres y las y los jóvenes, quienes construyan, a partir de sus necesidades, aspiraciones y conocimientos locales, una herramienta propia con objetivos, metas y acciones.
“Llamamos institucionalidad inclusiva a que tú no llegas a imponer el proyecto, sino que te asumes como un canal que facilita lo necesario para que sean las y los jóvenes, las mujeres, quienes construyan estas herramientas. Es un diálogo entre iguales”, explica, Gabriela Ortega.
“No nos imponen. Nosotras somos las que expresamos las necesidades y a partir de eso vamos viendo y decidiendo lo que se puede hacer, con la ayuda de la gente que trae el Consejo Civil. A mí me gusta porque son personas que dominan los temas que nos traen. Me gustan las dinámicas y el intercambio de experiencias”, señala Raquel.
Con ella coincide Wilson: “No. No hay imposición. Nos dejan participar. Para mí es muy importante porque uno se siente bien de ser escuchado y tomado en cuenta”.
El último eje es la Comunicación, que abarca la información y la difusión, como herramientas estratégicas en la ejecución de acciones del Consejo Civil, con el objetivo de compartir y dar a conocer actividades, aprendizajes y retos, además de modificar estructuras mentales, estereotipos y conductas aprendidas que favorecen la desigualdad y la exclusión.
Giovanni cuenta que utiliza sus redes sociales para compartir lo que está aprendiendo y así interesar a otros jóvenes para que se involucren. También ha programado la proyección de videos que cuestionan el machismo, para deconstruir los roles de género en su comunidad.
La Estrategia inició en 2017, con un pilotaje práctico previo, en 2015, que ha ido evolucionando hasta la fecha. El Consejo ha contratado a especialistas en desarrollo rural y de género para facilitar el proceso y también para evaluar los avances y aprendizajes tempranos.
“Los talleres de sensibilización y capacitación los trabajamos tanto con los colectivos comunitarios, como al interior de nuestro equipo de trabajo, en temas que van desde sostenibilidad ambiental, género, masculinidades, lenguaje inclusivo, hasta desarrollo de presupuestos con perspectiva de género”, informó Gabriela Ortega.
Uno de los cinco principios que orientan la EIPA consiste en la Participación Activa y la integración de mujeres y jóvenes sin derechos agrarios en la toma de decisiones dentro de iniciativas y acciones para la gestión del territorio, indicó.
Otro, es el Fomento de la Equidad y la Igualdad de Género, así como el componente intergeneracional. Uno más es la Reciprocidad, a través de intercambios entre los grupos, definidos por sexo, edad y derechos agrarios, con la finalidad de fortalece el valor de la ayuda mutua y la creación de redes y círculos de cooperación.
El cuarto principio es la Flexibilidad, lo que abarca el diseño, ejecución y evaluación de proyectos o programas; y finalmente, la Transparencia, como un elemento que abone a la construcción de confianza entre las organizaciones y personas aliadas a la EIPA.
Actualmente un grupo de 23 jóvenes de ocho comunidades de José María Morelos, practicantes de la apicultura, construyen procesos propios de planificación para dar vida a su colectivo “U kuum Kaabo’ob”, que significa “Lugar en donde nacen las abejas”.
“Decidimos ponerle ese nombre porque nosotros nos sentimos identificados con las abejas y trabajamos con ellas en la apicultura. También estamos en “U Yool Luum” –El alma de la tierra- para informar a la gente, para que la gente despierte, sea activa y no sea engañada”, comenta Giovanni.
El joven participa en la EIPA junto con dos muchachos y una joven de la comunidad El Naranjal, quienes cuentan con el acompañamiento de técnicos de la cooperativa regional de apicultores U Lool Che, que les enseña a desarrollar la apicultura con un manejo orgánico.
“Hemos empezado a trabajar y a hacer cosas en el ejido que antes no hacíamos y estamos demostrando que no sólo los ejidatarios y las personas mayores pueden hacer cosas para mejorar. Estamos creando estrategias para difundir lo aprendido. Hemos aprendido que podemos trabajar colectivamente e incluir a más jóvenes para cambiar la perspectiva de cómo nos ven”, manifiesta.
Con la cooperativa CALEÑA, conformada por ejidatarios que producen carbón vegetal y la cooperativa de “U Lool Che”, conformada por apicultores dedicados a la producción orgánica de miel, se ha buscado la inserción de mujeres y jóvenes en las actividades productivas, además de la impartición de capacitaciones para el fortalecimiento de habilidades técnicas.
En este marco, se conformó un grupo de 9 mujeres de la comunidad de San Felipe Oriente, dedicadas a la meliponicultura; y otro de seis mujeres de la comunidad de La Esperanza, quienes le han apostado a la apicultura; ambos, en el municipio de José María Morelos.
Además de la promoción de grupos o colectivos de mujeres y jóvenes, de la formación de liderazgos con enfoque en derechos y su paulatina visibilización dentro y fuera de sus comunidades, se ha gestado el inicio de un proceso de deconstrucción de estructuras mentales y roles que favorecen la exclusión y la desigualdad.
También se han emprendido iniciativas productivas para incidir, poco a poco, en el acceso a recursos económicos propios, que sean una fuente de recurso para las mujeres y una oportunidad laboral que impida que las y los jóvenes migren de sus comunidades en busca de empleo en los centros turísticos del estado.
Giovani resalta como uno de sus aprendizajes personales, el poder reflexionar y cuestionar los usos y costumbres que concentran el poder y las decisiones en los hombres, más aun si son ejidatarios, lo que relega a las mujeres y a las y los jóvenes.
Sin embargo, enfatiza que también hay cosas positivas que deben ser valoradas y permanecer, mientras otras, tienen que modificarse.
“No todos los usos y costumbres son buenos o malos, sino que hay que ver cuáles son los que nos convienen como jóvenes y una que debe cambiar es incluir a mujeres y jóvenes, y aceptar las diferencias de cada persona, sean mujeres, hombres o sean de alguna otra orientación sexual y es una buena manera de tomar en cuenta otro tipo de pensamientos. No debemos discriminar.
“La Estrategia me ha ayudado a llevarme mejor con las personas de mi comunidad. Era una persona timida; estar ahí me da más seguridad. Me he dado cuenta también que como jóvenes, debemos incluirnos en las actividades que hacen las mujeres; limpio y barro mi casa y he visto que las mujeres también pueden hacer trabajos que hacemos los hombres, como la apicultura”, expresa.
Para este joven, la Estrategia es una “esperanza” que sienta las bases de una futura autonomía de los pueblos. “Se ve lejos, pero son los primeros pasos para liberarnos del sometimiento. Yo aprendí qué es el territorio, la discriminación, la equidad de género. También aprendí a no tener miedo y a expresarme; que tengo derechos y debo defenderlos”, concluye.