6 noviembre, 2014, Por: Sergio Madrid Zubirán
El último reporte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) trajo, entre la cauda de datos negativos sobre el aumento de temperaturas globales y de emisiones de gases de efecto invernadero, una buena noticia: el campo y los bosques redujeron en forma importante su contribución al calentamiento global. El IPCC explicó que esto se debió a que bajaron las tasas de deforestación en el mundo y a procesos de recuperación de tierras que antes estaban deforestadas. Pero, ¿qué hay detrás de estos procesos de conservación y de reforestación? En términos de carbono es una buena noticia, pero, ¿lo es también en términos de biodiversidad, de servicios ambientales, de bienestar social? Al menos en América Latina, la respuesta es ambigua, aunque esperanzadora.
¿Cuánto perdemos y cuánto ganamos?
Los datos disponibles sobre los cambios en la cobertura forestal en América Latina corroboran lo dicho por el IPCC. Esto es, que aunque se sigue perdiendo bosque en el continente, la tasa de deforestación está bajando y, al mismo tiempo, se están dando procesos cada vez mayores de reforestación. Según un estudio liderado por T. Mitchell Aide y publicado en la revista Biotropica, entre 2001 y 2011 en la región se deforestaron 54 millones de hectáreas, pero al mismo tiempo se reforestaron más de 36 millones de hectáreas que previamente habían perdido su cobertura. Esto es, que hubo una pérdida neta de casi 18 millones de hectáreas de bosques, mientras que en la década anterior se perdieron 46.6 millones de hectáreas. Esta reducción, aunque en distintas proporciones, se registra también con otros datos, como los de Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
En el caso de algunos países, no sólo se redujo la deforestación, sino que a escala nacional el proceso se revirtió. México, por ejemplo, ganó casi diez millones de hectáreas de bosques, aunque esto no quiere decir que no hubiera deforestación, sino que los procesos de recuperación en algunas regiones fueron de mayores dimensiones que los de deforestación que hubo en otras.
En términos de gases de efecto invernadero, que no importa dónde se emitan o se capturen, esto es una estupenda noticia. Sin embargo, en términos sociales y de biodiversidad hay que tomar los datos con mayor precaución. No todos los bosques son los mismos, y las hectáreas que se ganan en un lado no pueden usarse para “parchar” lo perdido en otro. Además, el bosque que nace en los procesos de recuperación que reflejan los datos del PNUMA y de Aide y sus colegas no son siempre los mismos, ni tienen la misma salud, que los que había antes de la deforestación.
¿Qué perdemos y qué ganamos?
Como decíamos, los bosques no son intercambiables, y aunque el carbono en la atmósfera hace el mismo daño sin importar dónde se emita, la deforestación sí tiene efectos distintos según dónde ocurra, y sigue ocurriendo en los lugares más sensibles. Como señalan Aide y sus colegas, más del 80% de los bosques que se perdieron fueron en las selvas húmedas y secas, que son hogar de una enorme diversidad de especies y que juegan un papel importantísimo amortiguando fenómenos climáticos y regulando el clima. Mientras tanto, casi la mitad de la superficie que recuperó su cobertura forestal fue en el semidesierto y las tierras de arbustos y matorrales muy secas.
En el caso de México, la recuperación de cobertura forestal se dio en zonas muy áridas, como el norte de Nuevo León y la franja fronteriza de Tamaulipas, los desiertos y semidesiertos de Sonora y Chihuahua, y las selvas secas del sur de Oaxaca, entre otros lugares. La deforestación, mientras tanto, ocurrió en el centro del país; en las selvas tropicales y en los bosques mesófilos de Veracruz y Chiapas, así como en el sur de Quintana Roo.
¿Cómo perdemos y ganamos esos bosques?
Detrás de estos cambios en los procesos de deforestación en América Latina y de ciertas ganancias en cobertura forestal en la región hay una serie de dinámicas complejas, más o menos nuevas, que incluyen políticas públicas sociales, productivas y ambientales; nuevos mercados para productos sustentables, y lo que muchos han dado en llamar “la nueva ruralidad”. Todas juntas han provocado lo que Susanna B. Hecht llama “la revolución verde de los bosques”, que conserva estos ecosistemas manteniéndolos habitados, viviéndolos de otra forma y produciendo con ellos y no a su pesar.
En realidad, el elemento fundamental de esta dinámica la antecede, y es el hecho de que los bosques del continente están poblados. Según datos que presenta Hecht al hablar de esta revolución verde forestal, en torno al 20% de la población de América Latina depende directamente de los bosques y los entornos rurales conservan una gran cobertura forestal. En Mesoamérica, dice esta académica de la Universidad de California en Los Ángeles, prácticamente la totalidad de los predios agropecuarios tiene más del 10% de cobertura arbórea y el 50% está cubierta al menos hasta la mitad.
En este contexto se han dado varios cambios, que han llevado a estos procesos de aforestación o de menor deforestación. Entre estos cambios están las nuevas instituciones nacionales de gobierno, como los ministerios de medio ambiente, que han ayudado a establecer políticas públicas favorables a la conservación; la descentralización y federalización, que ha permitido a nuevos actores sumarse a los esfuerzos por mantener los bosques en pie, y las nuevas políticas sociales, que han mejorado los niveles de vida de la población de los boques y han ayudado a reducir la presión sobre el bosque y/o a intensificar la producción, además de abrir espacio para la extracción sostenible de productos forestales.
También ha sido importante el surgimiento de la sociedad civil, que ha impulsado una nueva forma de producir, amigable con el medio ambiente, y ha impulsado los esfuerzos de conservación. Nuevas formas de gobernanza han permitido que actores privados intervengan en el proceso, aunque muchas veces las medidas de conservación que han impulsado se hayan hecho con mayores costos sociales de los necesarios. La evolución de mercados globales que abrieron espacio para la producción sustentable, junto con varios cambios significativos en los valores y forma de entender la ecología, han dado más brío a los nuevos actores y a la producción sustentable, en un entorno globalizado.
Por último está, según Hecht, el intenso proceso de migración y urbanización que ha ocurrido en la región. Estos dos procesos, que no siempre se dan en forma lineal y están atravesados por retornos y nuevas partidas, partidas a medias y retornos simbólicos o en forma de remesas, han dado en generar algo que se podrían llamar bosques rurales, urbanos y globalizados al mismo tiempo. En este contexto, los habitantes de los bosques no siempre salen de ellos, sino que más bien cambian sus formas de intervención, y estas nuevas formas de estar en los bosques, a veces, permiten su regeneración o conservación.
¿Cómo hacer para ya no perder, sino ganar bosques y medios de vida?
Para que este proceso de reducción en las tasas de deforestación en el continente y las ganancias en hectáreas arboladas que se han registrado en los últimos años sean sostenibles y traigan beneficios más allá del carbono, quedan muchas tareas pendientes. Estas tareas, a su vez, pueden ser una buenísima oportunidad para emprender un camino distinto de desarrollo, uno que consolide esta revolución verde forestal.
Hay que tomar en cuenta que los procesos de recuperación forestal no son definitivos. La presencia de especies invasoras, los riesgos asociados al cambio climático y la pérdida de biodiversidad y de diversidad genética hacen que estos bosques renacidos sean muy vulnerables. Como se ha demostrado en múltiples ocasiones (por ejemplo, en este estudio que realizó Luciana Porter Bolland tras revisar una ingente cantidad de literatura en la materia), para dar mayor fortaleza a estos nuevos bosques y permitirles adaptarse y sobrevivir al cambio climático, será fundamental el trabajo de las comunidades que los habitan.
Sea que se ponga el énfasis en el desarrollo de los entornos rurales o en la conservación de los ecosistemas recuperados, la restauración y la conservación presentan muchas oportunidades para el desarrollo sustentable. Si lo que se busca es detonar las economías locales, el manejo forestal ofrece productos con un alto valor añadido y salarios varias veces superiores a los del promedio de los trabajadores agrícolas. Mantener los bosques recuperados en buen estado permitirá, a su vez, preservar los servicios ambientales de los que depende la producción agropecuaria. Si lo que se busca es, más bien, conservar lo ganado y darle buena salud, la extracción de productos forestales y la acumulación de capacidades para el manejo forestal en las comunidades locales generará recursos muy necesarios para la conservación.
En el manejo forestal comunitario y en el desarrollo rural sustentable encontraremos, por ello, una forma de consolidar las tendencias actuales en términos de carbono en el sector agropecuario y forestal. Además, en ellos está la clave para que estos logros redunde en mejoras ecológicas, sociales y económicas.